Dar las gracias, pedir perdón… y llorar.

La lucidez, la transparencia y la ausencia de temor (que no de miedo) que me ha transmitido la última entrevista que concedió Pau Donés, dos semanas antes de su muerte, me ha tocado el alma.

En mi opinión, encarar con tamaña honestidad y con tanta naturalidad este mal trago, es toda una lección de vida.

Tenía pendiente verlo. Esperaba el momento oportuno. Había seguido su enfermedad desde lejos y su valentía desde cerca.

«Eso que tú me das», es el título del programa y de la última canción que publicó antes de fallecer. Parece brotar de un espíritu todavía exultante que se aleja con resignación de un cuerpo enfermo y degradado.

Para mí, este reportaje es una clara victoria de lo metafísico sobre lo material, de la mente sobre lo puramente carnal.

Ha sido mi hija, que está a 17.062km, la que se me ha adelantado. Le ha entristecido el hecho de toparse con la tremenda realidad de alguien que tiene en su espejo el reflejo de la muerte justo en frente. A tocar con solo extender el brazo.

He tenido que verlo, a las 5 de la mañana hora local, para poder contrastar los mensajes de whatsapp que ha enviado Paula y así contestarlos con argumentos.

Por desgracia, tenemos un caso muy cercano en que el cáncer está ganando la batalla. La distancia y el transcurso del tiempo, en esta ocasión, son condimentos que no hacen más que sazonar la inevitable tristeza que le provoca.

A mi me ha gustado mucho la entrevista, más allá de los sentimientos encontrados que me genera. He visto a un hombre más ocupado en vivir los pocos instantes buenos que le quedaban que preocupado por su final, tan inexorablemente cercano.

«No me quiero morir. Ahora no me va bien. Tengo cosas que hacer.»

Es una clase magistral (con todas las letras y en mayúsculas) de HUMANIDAD.

Debería ser obligatoria su visualización en asignaturas de ética o de filosofía en todos los colegios. Es una lección que sólo puede dar un maestro el día antes de su jubilación.

Ha dejado algunas joyas emocionales que guardaré con cuidado en mi estuche de terciopelo. El título, por ejemplo, es una de ellas.

Dar las gracias, pedir perdón y llorar… expresadas por él como tres de las acciones que más pueden llenar nuestras vidas.

«Llorar es una demostración de valentía, de no tener miedo, de mostrarte como tú eres…»

Y yo tan orgulloso y tan equivocado que estuve hasta los 24 años… cuando un accidente de moto me partió la pierna y me rompió la inconsciencia que hasta ese momento me permitía vivir en continua felicidad.

A esa edad, al conocer por primera vez la depresión, aprendí a llorar. Unos años después, cuando me cogió de imprevisto un divorcio y tuve que alejarme involuntariamente de mis hijos, hice un master en lágrimas.

Finalmente la vida me había dado la formación necesaria para aprender a disfrutar de los momentos buenos. Porque cuando crees que todo va bien y que todo está controlado, cuando normalizas lo bueno como un si se tratase de un estándar… dejas de valorar en su justa medida lo afortunado que eres.

Por el contrario, cuando superas un revés, o te enfrentas a una desgracia… es cuando aprecias lo que realmente importa.

Y cuando haces como Pau Donés, que simplemente disfrutas del hecho de poder respirar y saboreas el aroma de las montañas en compañía de tu perro y de tus recuerdos… es cuando alcanzas tu doctorado.

A mi estimada Paula le he dicho que debíamos fijarnos en el mensaje positivo que nos estaba transmitiendo el cantante/compositor catalán. Poner el foco en el orgullo de vivir y de amar, que brota de sus palabras y que se destila en sus reflexiones.

En último caso, deberíamos también admirar su valentía… aunque no podamos venerarla de otra forma, que no sea llorando alguna lágrima suelta.

Seguro que él, allí donde esté, nos lo permitiría.