El Poder de las Palabras

Escogió una de las calles más transitadas de la ciudad para invertir el día.  Tenía la esperanza de que su suerte cambiaría y que por fin, hoy podría permitirse un plato de sopa caliente y una cama limpia.

Hacía frío y el día era gris. La gente se movía arriba y abajo con prisa. Enfrascados en sus preocupaciones y mezclando el murmullo de sus conversaciones con el ruido de los coches.

Tenía dificultades para encontrar un sitio donde instalarse. Entre un portal y el escaparate de una tienda, desplegó su cartón. Se sentó, dejó a su lado el bastón y palpando en la mochila sacó una lata vacía y un atropellado cartel.

Arrastró con cuidado el recipiente por encima del cartón y se aseguró de que el texto estuviera bien colocado y visible. Y con resignación, se preparó para una larga espera.

Sus apagados atuendos y su pequeño cuerpo encorvado no le ayudaban a llamar la atención. La indiferencia de la gente le convertía prácticamente en transparente. La jornada no daba para albergar muchas esperanzas, pero él no quería reconocerlo.

Pasadas unas horas, el bote de monedas estaba tan vacío como su estómago.

Entonces notó la respiración de una persona que llevaba un rato parada enfrente suyo. Por suerte, el oído le funcionaba especialmente bien. Pensó que quizás estaría rebuscando en sus bolsillos un poco de calderilla que ofrecerle.

De repente, una voz amable le sorprendió con una extraña petición:

-«Disculpe, llevo un rato observándole y la gente se muestra indiferente con usted.  ¿Le importaría si escribo otro texto en su cartel?»

-«Hija… no creo que eso vaya a cambiar nada. El problema son las personas, no el cartel. Pero encantado, acepto tu ofrecimiento». Respondió.

La chica se guardó el secreto que era publicista y trabajaba en una agencia en esa misma calle. Se agachó y giró el cartel para escribir en mayúsculas una sencilla frase.

Al cabo de unas horas, de vuelta a casa, la joven regresó a comprobar si el señor y el reclamo estaban donde los había dejado.

El recipiente apenas tenía unas cuantas monedas más que antes. Y mientras apretaba los labios y reflexionaba sobre la efectividad de su ocurrencia, el anciano reconoció su respiración:

-«¿Eres tú? ¿Eres tú quien me ha escrito un nuevo texto esta mañana?»

Y antes que la duda le permitiese contestar, añadió:

-«¡He tenido que vaciar la lata en dos ocasiones! ¡No sé cómo puedo darte las gracias!… Pero dime… ¿Qué has escrito?»

La publicista, ahora sí, con una sonrisa llena de satisfacción, le contestó:

-“Se acerca la primavera, pero yo… no podré verla”


Este texto corresponde al penúltimo ejercicio de mi curso de escritura avanzada. Se trataba de versionar (con la idea de mejorar) un texto originario que recibió nuestra profesora, Carme Arrufat, y explotar el potencial del mismo.

La gestión del lenguaje y el uso de las palabras, además de permitir comunicarnos con nuestros similares, nos posibilita crear escenas que seduzcan a nuestro intelecto.

Yo estoy aprendiendo a intentarlo. Mejor dicho, yo estoy intentando aprender, que no es lo mismo.

El texto original sobre el que debíamos trabajar es el siguiente:

Un ciego está pidiendo dinero en una calle concurrida con un cartel que decía: “Necesito ayuda, soy ciego”.  En el suelo hay una lata vacía para echar monedas. Pasa un publicista por delante y al ver, que el ciego no tiene monedas, le dice al oído: ¿No te importaría si escribo otro texto en tu cartel?. El ciego se sorprende, pero decide probar. El publicista coge el cartel y por la parte de atrás escribe algo. Le da la vuelta y lo pone bien visible para mostrarlo a la gente que pasa por delante.

Al cabo de unas horas el publicista regresa y le pregunta al ciego que tal le ha ido. El ciego le dice: ¿Pero que has escrito? ¡La lata está llena de monedas!. El publicista le contesta: “Se acerca la primavera, pero yo no podré verla”